miércoles, 13 de mayo de 2015

Contra el dogma digital




Desde el inicio de la crisis arrecian las voces críticas con el utopismo cibernético. 
Desde el lado de la filosofía, como Byung-Chul Han, o desde el de la Red, como Jaron Lanier

En su Breve historia del neoliberalismoDavid Harvey recordaba la conexión entre la ideología mercantil —que entiende los precios como un mecanismo de transmisión de información y, así, de coordinación social— y la centralidad simbólica que han alcanzado las telecomunicaciones en la cultura global contemporánea. En coherencia con esta tesis, desde el inicio de la crisis económica se ha producido un incremento significativo de las intervenciones dirigidas a atacar los dogmas centrales del utopismo digital. Los textos de Byung-Chul Han y Jaron Lanier, muy diferentes en contenido y forma, convergen en este terreno crítico, aún agreste y poco urbanizado y, por eso mismo, vigorizante.

Jaron Lanier fue un miembro destacado de las comunidades de programadores que en los años ochenta del siglo pasado sentaron las bases técnicas de los usos actuales de las tecnologías de la comunicación. Se dio a conocer al gran público en 2011, con su primer ensayo, Contra el rebaño digital, en el que alertaba de cómo la cultura digital hegemónica —dominada por las metáforas en torno a la Red y la mente colmena— está generando dinámicas gregarias que nos impiden emplear la inmensa capacidad tecnológica de la que disponemos para afrontar grandes retos sociales y políticos.

La centralidad de los servidores sirena en el contexto de una revolución digital de la economía —un proceso que Lanier considera ya en marcha— estaría teniendo efectos catastróficos. De hecho, ese sería el origen de la creciente polarización social, la destrucción de empleos y el deterioro de las condiciones de vida de la clase media. Frente a la concentración de poder de las grandes compañías, las estrategias de resistencia de los ciberactivistas tradicionales,como el desarrollo colaborativo de herramientas de software libre, resultarían insuficientes. Lanier cree que más bien se hace necesaria una reestructuración completa del entorno digital, tanto técnica como social e institucional, que permita una estrategia de redistribución de los beneficios mediante contribuciones infinitesimales de quienes se benefician de la información. Por ejemplo, cada vez que un coche autoconducido de Google use los datos generados en un trayecto, debería pedir autorización al conductor y pagarle por ello. La destrucción creativa digital quedaría así compensada por procedimientos tecnológicos de microrredistribución.En ¿Quién controla el futuro?, Lanier trata de avanzar en las dimensiones propositivas de su crítica. Su punto de partida es la denuncia de la concentración de poder y dinero en torno a unos pocos actores empresariales, como Google o Facebook, que denomina “servidores sirena”. La estructura distribuida de Internet y la gratuidad de los servicios que ofrecen estas empresas ha disimulado, y nos ha llevado a tolerar, su desmesurada capacidad de influencia, basada en una potencia de cálculo infinitamente mayor que la de los usuarios individuales. Internet es neutral, la capacidad de gestión de la información, no.

Uno de los aspectos más interesantes de¿Quién controla el futuro? es, en realidad, un elemento marginal de la argumentación de Lanier: su dimensión etnográfica. Lanier describe Silicon Valley como una secta contracultural habitada por millonarios sociópa­tas con una conexión tangencial con la realidad; anarcoliberales fanáticos del new age convencidos de la urgencia de privatizar las vías públicas y de que alcanzarán la inmortalidad gracias a un softwarenovedoso. Los amos del mundo padecen una intoxicación metafísica mórbida.

Esa es, seguramente, la razón de que los textos de Byung-Chul Han, un heideggeriano de izquierdas con una capacidad comunicativa poco frecuente por esos pagos filosóficos, tengan una extraña congruencia con la propuesta de Lanier, mucho menos refinada. La ontología de la inmanencia resulta curiosamente eficaz para criticar la teología tecnoliberal, la mistificación de nuestra existencia cotidiana a través del mercado y la Red. En el enjambre y Psicopolítica son desarrollos coherentes de los trabajos previos de Han, La sociedad de la transparencia y La sociedad del cansancio. Para Han el capitalismo contemporáneo se caracteriza por una nueva forma de sometimiento basada en el exceso de positividad, una forma de autoexplotación a la que acompaña un sentimiento de libertad y que alcanza su paroxismo en el espacio digital. En la Red, la hipertrofia comunicativa impide la constitución de una identidad colectiva, solo hay yoes de consumidores transparentes que se exponen a un nuevo panóptico mucho más opresivo que el tradicional porque está basado en la exposición voluntaria de sus moradores. La técnica de poder del régimen neoliberal no es prohibitoria, protectora o represiva, sino prospectiva, permisiva y proyectiva. Así, habríamos pasado de la biopolítica a la psicopolítica.

Los textos de Lanier y Han coinciden en emplear un tono futurista, repleto de neologismos, para plantear propuestas más bien tradicionales. Lanier desarrolla una crítica convencional de la concentración monopolista y de las limitaciones del paradigma schumpeteriano. Han reivindica un comunitarismo vinculado a los valores lentos de la tierra y el campesinado, cercano al último Heidegger. Del mismo modo, ambos coinciden en presentar sus propuestas en términos profundamente acontextuales. Lanier escribe como si el keynesianismo pudiera resumirse en un protocolo de computación y tuviera una relación anecdótica con las brutales luchas políticas que rodearon su implantación histórica. Leyendo a Han parece como si la tecnopolítica neoliberal fuera un episodio de la historia de la metafísica como olvido del ser. En ambos casos el capitalismo resulta sospechosamente plano, privado de relieve sociológico, histórico o institucional.



@el_pais. "Contra el dogma digital.  Desde la crisis arrecian las críticas contra el utopismo cibernético". URL:  http://ow.ly/MVwnc. Activa. 13 de mayo 2015  








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